"...vengo a hablarte de una generación que quizá no existió..."
-Cuarta parte-
Palabras al hijo
"Hay un punto
en el que la sangre es una filiación cualquiera"
Martín Rodriguez. Lampiño
Vengo a contarte la misma historia
que te relaté ayer. Esa que habla
de un fin que comienza una y otra vez.
¿Te acordás de la musiquita que llegaba
desde atrás de esa persiana de madera cerrada?
Dijimos que si eso no era el paraíso
entonces el paraíso dónde está. Fue un chiste
pero ninguno de los dos pudo reírse.
A veces quisiera confesarte que no tengo
la menor idea de las razones
por las que muevo algunas piezas del tablero,
y porqué a otras las dejo quietas;
Nunca voy a confesarte porqué
voy a patear el tablero. Eso jamás.
¿Dónde comienza una parentesco,
y dónde una distancia?
A ver, ¿sos capaz de contestarme eso?
Te decía, vengo a repetirte esas palabras
que me contó a mí alguna vez otra persona.
Lo recuerdo: su cara era un algodón mojado
en almíbar y sangre. Atracción y horror
convivían en esos ojos. Horror y atracción.
Hijito, me dijo, te voy a contar el secreto
de nuestra filiación. Y ahí comenzó.
¿Te acordás del olor a humedad que
empezó a invadirnos ayer, justo
cuando iniciaba el relato? Es el agua
que está subiendo progresivamente
desde las alcantarillas;
cuando sintamos las palmas de los pies
mojadas, vamos a tener que recordar
las clases de natación del colegio
a las que siempre faltamos.
Yo no tengo la menor intención de salvarte.
Cuanto más rápido termine todo, mejor.
Los nombres que nos pusieron nunca
fueron una carga; son el pedazo de
tergopol al que nos vamos a aferrar
cuando venga la inundación. Eso lo sé.
Posiblemente sea lo único que sepa
y por eso te delego un nombre. Cualquiera.
El que mejor se acomode entre tus manos.
Vengo a repetirte la narración
que mañana voy a volver a iniciar,
y pasado también sin añadir ninguna variación.
Es el relato de una secuencia que comienza
y termina, y comienza y termina, y termina
y termina y termina y termina, pero vuelve
a comenzar incluso a despecho nuestro.
Si esa musiquita detrás de unas persianas
que te relaté ayer. Esa que habla
de un fin que comienza una y otra vez.
¿Te acordás de la musiquita que llegaba
desde atrás de esa persiana de madera cerrada?
Dijimos que si eso no era el paraíso
entonces el paraíso dónde está. Fue un chiste
pero ninguno de los dos pudo reírse.
A veces quisiera confesarte que no tengo
la menor idea de las razones
por las que muevo algunas piezas del tablero,
y porqué a otras las dejo quietas;
Nunca voy a confesarte porqué
voy a patear el tablero. Eso jamás.
¿Dónde comienza una parentesco,
y dónde una distancia?
A ver, ¿sos capaz de contestarme eso?
Te decía, vengo a repetirte esas palabras
que me contó a mí alguna vez otra persona.
Lo recuerdo: su cara era un algodón mojado
en almíbar y sangre. Atracción y horror
convivían en esos ojos. Horror y atracción.
Hijito, me dijo, te voy a contar el secreto
de nuestra filiación. Y ahí comenzó.
¿Te acordás del olor a humedad que
empezó a invadirnos ayer, justo
cuando iniciaba el relato? Es el agua
que está subiendo progresivamente
desde las alcantarillas;
cuando sintamos las palmas de los pies
mojadas, vamos a tener que recordar
las clases de natación del colegio
a las que siempre faltamos.
Yo no tengo la menor intención de salvarte.
Cuanto más rápido termine todo, mejor.
Los nombres que nos pusieron nunca
fueron una carga; son el pedazo de
tergopol al que nos vamos a aferrar
cuando venga la inundación. Eso lo sé.
Posiblemente sea lo único que sepa
y por eso te delego un nombre. Cualquiera.
El que mejor se acomode entre tus manos.
Vengo a repetirte la narración
que mañana voy a volver a iniciar,
y pasado también sin añadir ninguna variación.
Es el relato de una secuencia que comienza
y termina, y comienza y termina, y termina
y termina y termina y termina, pero vuelve
a comenzar incluso a despecho nuestro.
Si esa musiquita detrás de unas persianas
cerradas, si esa tonada sin escenario visible,
si esa belleza confinada en una casa que
nunca será la nuestra
no es el paraíso, ¿el paraíso dónde está?
Esta vez no me rio
porque la pregunta ya no es un chiste.
si esa belleza confinada en una casa que
nunca será la nuestra
no es el paraíso, ¿el paraíso dónde está?
Esta vez no me rio
porque la pregunta ya no es un chiste.