sábado, 26 de diciembre de 2009

TRES VECES VAS A NEGAR MI NOMBRE...




-",,,he escrito tantas veces su nombre adentro..."-




Para encontrarla el primer paso es simple:
cruzar el umbral de mi puerta.
En mi mochila cargo sólo lo imprescindible:
carpa, bolsa de dormir, pasaporte, ropa, y algo más.
Viajo a dedo con la maravilla y el temor
de adivinar qué ciudad cobijará mi cansancio de cada noche
de cada día de buscarla.
Cruzar el umbral y desde entonces viajar
alrededor del mundo:
he viajado tanto en autos, ómnibus y carros
tirados por caballos
pero siempre llegué a destino.
Sólo porque ya no poseo ninguno.



-"...¿te casarías conmigo cuando cumplamos 70?..."-




En mis sueños
duermo en medio de sus piernas
apoyando mi oreja izquierda en el centro
de su vagina
y entonces todas las imagenes del día
retornan pero aceleradas
y parecieran desde ahí que se convirtieran
en objetos con contornos gentiles y dóciles:
desde su vagina el mundo es un espacio manipulable
una gigantesca bola de plastilina.

-"...¿Quieres saber qué me gusta de ti? Que estás igual de atrapado que yo..."-





En mis sueños
siempre estoy absolutamente quieto
duermiendo en medio de tus piernas
que me encierran como un paréntesis
los ruidos cesan, el movimiento se estanca.
Somos una globo anaranjado atrapado
entre las ramas de un pino que se está
incendiando en una tarde de invierno
en un bosque de Noruega.
En mis sueños los diccionarios
no contienen la palabra "afuera".

martes, 22 de diciembre de 2009

LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE DOS PUNTOS ES OTRO PUNTO


a N.


“bad day

lookin for a way home

looking for the great escape

gets in his car and drives away

far from all the things that we are

puts on a smile and breathes it in and breathes it out

he says

bye bye bye to all the noise

oh he says bye bye bye to all the noise”
Patrick Watson. The great escape

“Just a perfect day;

problems all left alone.

weekenders on our own

it's such fun.”
Lou Reed. Perfect Day.





El ómnibus azul desciende por la Av. Olmos hacia Bv. Perón con una lentitud considerable. Hace más de diez minutos que no avanza sino unos pocos metros. Juanky comienza a contar cuando el ómnibus se detiene, y frena cuando vuelve a emprender la marcha. Hasta el momento concluyó en una ecuación irrefutable: en el instante que alcanza el número 10, el ómnibus adelanta unos metros. Se divierte con esa rutina monótona, cíclica hasta que una frenada demasiado abrupta le hace, por efecto de rebote, golpearse la nuca con el respaldo del asiento. Varios bocinazos, y un sol que cae verticalmente sobre toda la ciudad, acrecientan el mareo de Juanky. Entonces decide sacar la cabeza por la ventanilla, y siente el viento que golpea y revolotea su pelo. Un viento que viene donde la recta de la Avenida diluye sus contornos, en sentido contrario y con toda la furia y velocidad a la que han renunciado los coches, ómnibus, taxis y remis. Juanky cierra casi completamente los párpados, y vuelve a comprobar la efectividad de ese viento hurgando las comisuras de sus labios, secando los restos de saliva que ahí descansaban; el viento golpeando secamente, como intentando traspasarlo sin el menor reparo de acomodarse a los curvas y accidentes óseos de su cara. El mareo comienza a detenerse cuando el conductor le ordena que entre la cabeza. Juanky cumple la orden, pero la realiza con una lentitud triste, exageradamente triste. Mira hacia adelante, sólo una fila estancada. Comienza a aburrirse, y decide entonces rememorar las sensaciones que hace unos segundos le quitaron el mareo con una dulzura moderada. Sabe que se trata de un juego inocente, sin efectos considerables, con el sólo fin de evadir el aburrimiento e ir apurando el tramo que le falta hasta su parada. Comienza: se ve a sí mismo sacando la cabeza, ve su pelo enmarañándose hasta formar un jopo exagerado e irrisorio, la saliva adelgazando su cuerpo hasta hacerse invisible, la piel de su cara asumiendo surcos y arrugas que lo asustan levemente. Ve todo eso, pero le es imposible detectar el viento. Ni lo puede observar ni lo puede volver a sentir. Agita su cabeza de un lado a otro, confundido, y descubre atontado que está lloviendo torrencialmente sobre Córdoba. Los techos de los autos ya se encuentran totalmente humedecidos, por lo cual intuye que la tormenta tendría que haber comenzado hace rato. Se queda mirando unos segundos la lluvia, y nota que su descenso es violentamente vertical, sin ningún asomo de oscilación diagonal. Recapitula nuevamente la secuencia de la cabeza afuera, y halla la misma torpe imposibilidad. La tormenta continúa su caída pesada y rectilínea, y entonces Juanky piensa que el viento se había acabado; y dice en voz baja el viento se agotó mientras descubre que a su lado una señora transpirada lo mira de reojo sospechando algo. El ómnibus se detiene nuevamente. Comienza a contar: uno, dos, tres, cuatro…No llega a diez que el ómnibus ya se está moviendo nuevamente. Decide dormitar hasta llegar a la parada de la Terminal.

*-*

Cuando salió de Casa Verde estaba totalmente angustiado. Era como si su pecho fuera una caja de madera de pino delgado, y alguien le hubiera hecho tragar un pelotón de termitas progresivamente, de a poquito, en cada materia que cursó la tarde entera. Se sentó en una parcela del patio donde aún restaba un círculo de sol, levantó la cabeza y notó que las nubes de a poco iban a ir tapando lo que restaba de claridad. A su lado había un grupo de chicas exageradamente bien vestidas. Imaginó qué pasaría si se les acercaba. No pudo más que proyectar secuencias terribles, sofocantes y tontas donde ellas le ejercían variadas formas de rechazos, pero concluían siempre con la misma frase: te estás encogiendo de adentro hacia afuera, nene. Volvió a levantar la vista confirmando su pronóstico. La claridad era ya casi un fotograma sepia, anticuado.

Juanky solía tener un odio casi patológico hacia el sol, y eso le hacía cargar consigo una palidez algo lustrosa. Una tarde, salió al patio de su abuela a tomar sol luego de varios intentos de convencimiento por parte de su hermana. Con un malhumor sólo comparable con su resignación alistó el toallón sobre el césped, y se recostó. Se levantó sintiendo una hormiga que caminaba por su pecho, y notó que ya estaba anocheciendo. Asustado, hizo cálculos y concluyó que había estado por lo menos tres horas bajo el sol. Entre puteadas, entró a la habitación de su hermana, asustado, imaginando su cuerpo colorado y el posterior ardor. Al entrar, su hermana le gritó Juank! ¿Qué hiciste? ¿Por qué no tomaste sol como te dije? Juanky, desorientado, se miró al espejo. No había ningún cambio sobre su piel. Sos Casper, Juank, un fantasmita que no puede tostarse escuchó a su hermana que decía en medio de risas.

*-*

Juanky toca el timbre del colectivo, y se baja una cuadra antes de la terminal de ómnibus. Al frente observa la Estación Mitre. Alguna vez estuvo ahí pero no para tomar un tren, sino uno de esos ómnibus que salen con gente que va a Bs As a comprar artículos y ropa al por mayor para luego venderlos en sus negocios de ferias en Córdoba. Camina ensimismado en sus auriculares, escuchando una canción que habla de un perfecto escape, de una evasión y de unos días que no terminaron siendo lo que pudieron ser en algún tiempo más completo. Cuando escucha esa canción, no sabe bien porqué, imagina que es la música que usan los esquimales para hacer dormir la siesta a sus hijos en épocas de heladas. Termina la canción justo cuando él está entrando a la terminal. Le duelen las pantorrillas, así que se siente sobre una pirca enana que atraviesa toda la fachada de ingreso. Mira en su celular la hora. Todavía faltan unos minutos, así que decide quedarse ahí escuchando música. Busca el tema que más le gusta en las situaciones de espera. No Surprises, de Radiohead. Pone play, y comienza a percibir que su estómago se hincha, que su frente se calma, que su comisura derecha se estira iniciando el débil gesto de una sonrisa. No alarms and no surprises/No alarms and no surprises Al frente suyo hay una hilera extremadamente larga de taxis en actitud de espera. Por detrás, gente que entra y sale de la terminal sin intervalos. Imbuido en el climax melancólicamente alegre del tema, Juanky recuerda la frase del Sr. Porccia: En una terminal nadie se queda, es un lugar tenebroso. La gente entra, la gente sale. Una terminal es un lugar triste, pero poroso. Así que hasta la tristeza se escurre rápido. Alguien estornuda detrás de Juanky, y éste se voltea para decir “Salud”, pero no dice nada. Cuando vuelve a mirar al frente, nota un gato albino a su costado. Por algún mecanismo extraño de asociación, el gato lo reenvía a las imágenes de los empleados constantes de la terminal, esos que no van a ningún lado. El gato se muestra cariñoso, efusivo, y le acaricie la pantorrilla derecha mientras ronronea gutural y constantemente. El celular comienza a vibrar avisando con la alarma que es la hora. La vibración interrumpió exactamente la última palabra del verso final de la canción: No alarms and no surprises…please.

*-*

Se recostó sobre el piso de tierra del patio de Casa Verde, las nubes ya había conquistado el cielo. La claridad sólo mantenía algo de sí en esa manchita amarilla que Juanky retenía en sus retinas bajo los párpados cerrados. Abrió los ojos, los volvió a cerrar. Definitivamente, no había más claridad. No escuchaba más al grupo de chicas que tenía detrás, por lo que conjeturó o que se habían ido o que habían enmudecido. La idea de una repentina pérdida del habla simultánea en un grupo no le causó ninguna gracia, lo que le resultaba inusual. Volteó, preocupado por su fantasía, y comprobó que en efecto se habían marchado; comprobó, de hecho, que todos se habían marchado del patio. Comenzó a calcular qué hora sería, y concluyó que debían ser aproximadamente las 20 Hs. Había salido totalmente abatido de clases, y se había pasado más de una hora recostado en el piso mientras esperaba que la noche apareciera; aguardando, también, que las termitas lo abandonaran o lo consumieran. Cerró los párpados, intentó rescatar esa mentita amarrilla que había quedado de claridad en sus retinas. Convencido de que ya no iba a poder hacerlo, terminó por decidir levantarse e irse. Mientras movía las piernas para sacarlas de su adormecimiento, pudo percibir que alguien se sentaba justo detrás suyo, a centímetros de su espalda. Imaginó que se trataba de un perro, pero al voltear se dio con una chica de pelo morocho, largo, abultado, cayendo casi sin peso sobre un sweater de hilo verde. ¿Goofy es un perro? Su voz, algo grave y como salida del fondo de un pasillo largo, sorprendió a Juanky con esa pregunta. No lo miró, y siguió. ¿Goofy es un perro? ¿Nunca te preguntaste eso? Si Pluto es un perro y no habla, ¿ no te parece muy raro que Goofy hable y sea también un perro? Ella levantó la mano izquierda para acomodarse el pelo que caía sobre su rostro detrás de su oreja, y Juanky pudo apenas adivinar unos lentes y detrás de éstos algo como una humedad contenida. ¿No te parece demasiado raro que Goofy sea también un perro?! Je suis desolée. No puedo soportar ni una desilusión más. Eso es lo que pasa. Ni siquiera la más trivial. Juanky frotó sus ojos con las palmas de las manos, y pudo rescatar esa manchita amarillenta moviéndose en la oscuridad. Apoyó su espalda sobre la espalda de ella, recordó la frase que en sus ejercicios imaginativos le decían las chicas del grupo al rechazarlo te estás encogiendo de adentro hacia afuera, nene. Comenzó a sospechar que las termitas posiblemente lo habían abandonado; o al menos que habían pactado algún tipo de tregua por un tiempo.

*-*

A Umma el frío le endurece los huesos, se los pone como de yeso y ella siente que el menor movimiento puede quebrarla en cien pedacitos. Por eso, para Umma el calor no es sólo una elección o un gusto, es una estrategia de supervivencia. En las tarde del verano sale gustosa y sin excepciones al patio trasero de su casa con un libro que elige luego del almuerzo, y se apoya contra la pared del quincho que da a la pileta. Justo en ese rectángulo el sol focaliza todo el tiempo, sólo desapareciendo cuando anochece. A ella le gusta considerar ese territorio como un refugio; así se lo dice a todo el mundo Ese pedacito de mi casa, a las tardes de sol y calor, ahí, es mi refugio. Es como si las cosas se detuvieran, se achancharan, se pusieran a hacer noni y yo por fin puedo estar, no sé, tranquila. Bajo el calor y la humedad, pasa toda la tarde leyendo en una inercia ininterrumpida. Su familia conoce ese ritual, y nunca ceden a entrometerse. Sólo su perro, de vez en cuando, se le acerca dando brincos y con la lengua colgando. En esas ocasiones, Umma levanta la cabeza de las páginas pesadamente, como si emergiera del agua de la pileta hacia la superficie luego de varios minutos sumergida; mira los ojos gelatinosos del can, y comienza a contarle lo que leía. Según Umma, en la mirada de su perro no hay acoso sino intriga, y ella se ve en la necesidad de explicarle lo que está haciendo. Cuando termina de hacer esto, el perro levanta el hocico y larga un ladrido corto y bajo; como un ladrido sólo para Umma. Luego gira y se marcha, devolviéndole a ella el reinado de su territorio.
En invierno, el refugio de Umma deja de ser ese rectángulo al lado del quincho. Comienza a buscar lugares que lo suplanten, pero ninguno logra del todo la perfección. En invierno Umma suele entrar en estado de tristeza por dos razones. Primero, cuando lee en su habitación, en el quincho, o en el comedor, el perro ya no se le puede acercar; y a ella le es imposible dejar de preguntarse quién le explicará a esa mirada animal lo que ella está haciendo. Segundo, en invierno desciende el frío. Y a Umma el frío le invade la piel, el cuerpo, como si lentamente le fuera formando una pátina de hielo, y ella siente que el único modo de evitar convertirse en una estatua congelada es abrigarse con su energía. A Umma el frío la obliga a encogerse, a enrollarse como un bicho bolita. En invierno, ese quizá sea su único refugio.

*-*

Luego del día del patio de casa Verde, Juanky se cruzó unas pocas veces más con Umma. Cuando se encontraban en los pasillos de algunos de los edificios de la facultad, no evadían las miradas ni el saludo, pero el cruce no contenía la intensidad que Juanky esperaba luego de esa confesión inusual y desolada por parte de ella. Juanky había comenzado a hipotetizar que quizá ese día Umma habría estado tan triste como él, y que sentarse en el patio de Casa Verde, a su lado, y comenzar a contarle su embrollo emocional podría haber sido algo totalmente azaroso, casual. Cuando llegaba a esas conclusiones, Juanky sentía que volvía a encogerse y que los edificios de la facultad se volvían aún más sombríos, largos y ahuecados de lo que ya eran. En medio de las clases se dedicaba a recordar y anotar los días y horas en que la había cruzado, para a continuación comprobar, mediante un esquema de probabilidades, dónde y cuándo sería el instante más posible para encontrarla nuevamente. Juanky sabía que se trataba de algo que, visto desde una óptica externa, podía parecer algo totalmente patético; desde una mirada cercana, la suya, sólo era algo relativamente patético. De modo que continuó con ese ejercicio estadístico pacientemente unos cuantos días. Cuando al fin llegó al resultado más preciso aritméticamente para determinar las coordenadas del encuentro, se recostó sobre el banco del curso conforme consigo mismo, con su empeño. Y decidió que al otro día iría a la puerta de ingreso lateral de Francia Anexo, a las 15 Hs.(esas eran las coordenadas que habían resultado de sus esquemas) Al terminar la clase en que se encontraba, salió del curso apurado. Abrió una de las hojas rotativas, y sintió el ruido del golpe. En el piso, sentada, como en posición india, Umma. La ayudó a levantarla, acomodó sus apuntes y la acompaño hasta la parada del ómnibus. No cruzaron una sola palabra. Antes de subirse a su colectivo, Juanky le pidió el mail a Umma. Se lo dio, y se fue. Había una brisa que levantaba diminutos remolinos de tierra en los que flotaban circularmente envoltorios tirados, hojas, papeles. Juanky, raramente, estaba algo pensativo. En una mano tenía el papelito con el mail de Umma, y en la otra el esquema de probabilidades de encuentro con ella. Uno de los remolinitos de tierra se acercaba a Juanky, como un demonio de tazmania bebé dando dentelladas al aire. Cuando golpeó a Umma con la puerta eran las 15 Hs, como había previsto en sus estadísticas, pero de un día antes. La discordancia lo molestó un poco. Luego arrojó el papel con el esquema hecho un bollo al remolino pequeño que ya se iba alejando.

*-*

De:
juank3@hotmail.com
Para: um-ma@gmail.com
Asunto: Bonjeour, mademoiselle

No sé cómo empezar este mail. Así que voy a ir directamente al final: quiero que nos encontremos en la terminal de ómnibus, tengo un juego que proponerte. Es simple, digo, es simple hacerlo. Vamos a la terminal, cada uno compra un pasaje para alguna ciudad o pueblo del interior de Córdoba, y luego nos intercambiamos el que cada uno compró. Así yo voy a ir donde vos me mandás, y vos donde yo haya elegido. Luego, sacamos fotos y tomamos notas del lugar a donde nos tocó ir. Por último, nos encontramos en una pequeña playita en Cuesta Blanca que conozco e intercambiamos las fotografías y las anotaciones. Después…bueno, no sé. No importa, no ahora. Creo.
P.d: Son las cuatro de la mañana. Debés estar durmiendo. Yo estaba durmiendo hace un rato, pero tuve un sueño muy potente que me levantó. Algo así: incontables campanadas sonaban desde unas catedrales perdidas en algún rincón de las sierras cordobesas; una y cada una estaba llamándote como si fueran la penúltima voz saludando a la última persona en el mundo. Era algo terrible, y hermoso.

Besos, como siempre, impares.
Juank.

*-*

Juanky hace una cola de dos personas frente a la ventanilla de compra de pasajes. Las señoras que tiene adelante no vienen juntas, pero hablan como si lo hicieran. Discuten cuál es un lugar más óptimo para viajar el fin de semana largo. Juanky comienza a impacientarse, a perder la calma. No se le hace tarde, no hay un horario totalmente fijo, pero igualmente no soporta el diálogo que le toca presenciar. En un momento de distracción de las señoras, se entromete por un costado y pide el pasaje que tenía pensado. Cuando el vendedor se lo está entregando, las señoras se percatan de lo sucedido y comienzan a quejarse. Juanky no presta mucha atención y se marcha del lugar destinado a la compra/venta de pasajes. Casi a unos 10 metros de las señoras, las chista. Cuando ellas lo miran, él les sonríe. Y luego les saca la lengua. No sabe muy bien para qué.
En el piso superior, luego de subir caminando las escaleras mecánicas que no funcionaban, descansa en una de los asientos unidos en serie por un tubo de metal. Aún le duelen las pantorrillas. Comienza a masajearlas, y descubre restos de pelos albinos del gato. Piensa que en un día nublado como este, encontrarse pelos de un gato albino es como estar rociado por una claridad casi nevada. Sonríe, y en el mismo momento descubre que tiene a Umma delante suyo. Ella se sienta a su lado, y comienza a silbar. A los dos minutos, Juanky descubre que la melodía que silba Umma es demasiado similar a su canción preferida; la canción sobre la perfecta evasión que los padres esquimales cantan a sus esquimalitos en temporadas de heladas mortales. Busca entonces la canción en los archivos de su celular, pero tarda en encontrarla. Al lograrlo, Umma se levanta, deja su pasaje sobre el asiento y extiende su mano izquierda pidiendo el de Juanky. Él se lo entrega, junto con una nota donde está escrita la parada donde va a tener que descender a la vuelta para encontrarse en la playita de Cuesta Blanca. Sin agregar nada, Umma camina hacia la plataforma que le corresponde, y Juanky hacia la suya que se encuentra en justo sentido contrario. Al llegar, él entrega el pasaje al chofer y sube al ómnibus. Antes de arrancar, alguien desde el asiento de atrás le dice que está muy pálido. Juanky asiente para sí mismo sabiendo que debe ser su tez de piel normal. Pero la voz, que ahora es otra, insiste. Entonces, Juanky se arrodilla sobre el asiento y voltea para responder. En la fila de atrás están sentadas las dos señoras de la cola de los pasajes. Ambas le sonríen, y luego le sacan las lenguas. Ellas sí saben bien porqué.

*-*

De:
um-ma@gmail.com
Para: juank3@hotmail.com
Asunto: … =)…..

¿Vos sabés por qué me acerqué ese noche a vos en el patio de C. Verde? Yo no lo tengo claro. Estaba en una clase, totalmente perdida, no entendía qué hacía ahí, y entre bostezo y bostezo miré hacia afuera, y vi un chico tirado sobre la tierra, refregándose los ojos, sin moverse de posición mientras la demás gente se iba yendo. Yo no sé si era el progresivo oscurecimiento, el exilio de las demás personas o mi vista un poco defectuosa, pero desde el aula te juro que parecía que te estabas extinguiendo. Tu cuerpo se iba invisibilizando, te achicabas pero al mismo tiempo era como que algo en vos insistía en luchar contra esa caída, no sé. Creo que eran tus manos revolviendo tus ojos. Ni idea. Pero sentí algo de empatía, porque también yo, ahí, en esa clase que era la culminación de una serie de clases en el semestre que no me decían nada, yo también me daba cuenta que estaba por desaparecer. Que no tenía refugio. A ver, cómo te lo explico? ¿Viste que en los video games los personajes tienen podercitos? Bueno, yo vengo sintiendo que soy Mario Bros, que voy pasando todos los niveles, que la barra de energía y vidas marca que estoy bien, pero sin embargo no tengo podercito, ¿entendés? Todo en el juego dice que avanzo, pero no tengo podercitos.
Bueno, digamos que esa noche yo te veía como otro sin power. Y cuando recibí ese sms donde una amiga me hacía ese chiste de “por qué si tanto Goofy como Pluto son perros, uno puede hablar y el otro no” no pude más. Me caí fuera del video juego. Y TUVE que ir a hablarte. En fin, C´est sufí
P.d: Acepto el juego de la terminal.

Besos, Chuik…..Umma

*-*

Hay señas de que en San marcos Sierra estuvo lloviznando no hace mucho. En el camino, Umma fue sacando de a uno los abrigos que había llevado en su mochila para abrigarse. Sus huesos se endurecían, y su piel se iba encogiendo por el frío. Al bajar en la estación, se sentó en el bar y se compró un café en jarrito y un paquete de Pepas. Luego bajó hasta la plaza central, al frente de la Catedral y el cabildo. Se sentó y comenzó a tomar notas.
Alrededor de la plaza, en cada una de sus cuatro veredas, hay múltiples negocios de diversas artesanías hippies. Umma está sentada en un banquito de mármol justo detrás de un negocio que vende pulseras en punto crochet y colgantes étnicos. Lo atiende una chica de unos 25 años, rubia, de una delgadez casi anoréxica. Umma anota en su cuaderno algo que le sorprende mucho: la chica, a pesar de su delgadez, parece moverse con una fuerza terrible; como si tuviera dentro suyo una fisicoculturista escondida haciendo de titiritera. Eso anota Umma, y subraya la palabra fisicoculturista. Ahora, observa que debajo del vestido de la chica hiper-flaca asoma una nena, también rubia, casi albina, probablemente la hija. Se lo pregunta. Y la chica no le responde, pero de entre los pliegos del vestido nota que la nena sube y baja la cabeza, afirmando. Escribe eso, y subraya nena afirmando.
De repente-o al menos esa fue la impresión de Umma- la gente que estaba circulando por los puestos de venta de la plaza se acumuló en su centro; también la gente de los negocios y viviendas cercanos a la plaza comenzaron a llegarse, desfilando directamente al corazón de la misma. Sorprendida, desde el banquito le pregunta a la chica del puesto que tiene al lado qué sucede. Ésta no le responde nuevamente, y su cuerpo lánguido sale despedido a la gran masa de gente. Umma, con toda la intriga a cuestas, no atina a hacer absolutamente nada. La nena dorada, la hija de la hippie anoréxica, se le acerca y le cuenta. Se trata de algo común, periódico; los fines de semanas, a ciertas horas, suena una especie de bocina y varios de los habitantes de San Marcos Sierra se acumulan en la plaza de la ciudad para luego bailar libremente por una media hora, sin ninguna música sonando desde algún parlante. Es porque acá todos somos hippies, ¿sabés?, le aclara con una vocecita de tigresa de malasia traviesa la nena dorada. Umma asiente con la cabeza, y mira ahora esa multitud bailando sin ninguna canción que suene, y sin embargo entrando en algún tipo de trance que los hace seguir una pauta rítmica similar a todos los cuerpos. El centro de la plaza no está asfaltado, sólo es un considerable espacio de tierra que por la llovizna que había caído no hace mucho se iba convirtiendo lentamente en un barrial. Umma anota y fotografía todo. La nena la agarra de los dedos para llevarla, pero se resiste. Sigue anotando, y fotografiando, y anotando, y fotografiando, en una secuencia acelerada en la que casi no hay montaje. En un momento, abatida, se deja caer rendida sobre el banquito de mármol y se queda dormida unos minutos. Al despertar, aún en el filo del sopor, puede percibir desde una posición horizontal todos los cuerpos embarrados, marrones, parados; y en el medio de todos, sin ninguna mancha, limpia, la nena dorada. Estira el brazo en búsqueda de la cámara, la agarra y al querer sacar la foto nota que no tiene más baterías. Entonces, Umma se saca los anteojos, y desde sus ojos mira la escena, y anota: Troncos de pinos gigantes hundiéndose en la tierra, y en el medio una bola de fuego para consumirlo todo. Esta vez Umma subraya todas y cada una de las palabras.

*-*

La parada es una casilla aislada en medio de la ruta, repleta de afiches panfletarios y ya con el techo medio partido. Juanky se baja de su colectivo, le manda un sms a Umma para saber si ya está llegando. La superficie de la ruta tiene una delgada capa de rocío. Los autos parecen deslizarse suavemente, como si estuvieran haciendo patinaje artístico en una pista de hielo excesivamente larga y sin sentido. Juanky imaginó ser el jurado de la competición, y calificar a todos con el mismo puntaje. El más alto. El celular vibra. Un sms de Umma.
Estoy ya en la playa. Bajá.
Detrás de la casilla hay un sendero donde no hay yuyos, y facilita el descenso por la pendiente hasta que comienza un territorio plano. Sólo cerca del río hay arena, un semicírculo de no más de diez metros de radio. Eso es la playita. Al descender, Juanky puede notar a Umma, mirando de frente el río con su cauce bastante debilitado. En la otra orilla, sauces llorones que extienden sus ramajes casi hasta rozar el agua. Una brisa constante pero levísima agita los sauces, y sus hojas en sus onduleos barren de un lado al otro el río. Umma ahora mira de soslayo y nota el contorno de Juanky que se acerca con lentitud, prendido del baile algo hipnótico de los sauces. Al llegar, se sienta a su lado derecho. Abre su mochila, y saca una colcha que extiende sobre las espaldas de ambos. Umma saca el termo y le ceba un mate. Una brisa un poco más fuerte desciende desde la ruta, salta el bulto de los dos como una lomada, y se estrella contra las hojas de los árboles. Un ruido constante resuena como la banda sonora: sssssshhhhhhhhhhhhhhhhh.
Juanky le devuelve el mate a Umma, y cuando se lo pasa su mano engancha los dedos de ella. Se sostienen la mirada unos veinte segundos, hasta que ella retira sus dedos y baja el rostro. Entonces Juanky comienza a cavar dos pozos en la arena para esconder los pies, y no enfriarse. Mientras, Umma guarda su cámara digital y su cuadernito de anotaciones en el bolso de Juanky, y saca de ahí la cámara digital y las anotaciones de él. Tapate los pies dice Juanky, y ella pone un pie en un hueco, y el otro en el otro hueco. Se ríe, justo cuando se le cae el pelo sobre la cara, y entonces Juanky piensa que cuando sonríe Umma desaparece; como el gato de Alicia en el país de las maravillas. Se lo dice: Umma, cuando te sonreís todo lo que es así materia, pesado, desaparece, y queda flotando tu sonrisa. Como el gato ese de Alicia, ¿viste? Ella asiente, y mira para otro lado, a sus pies que aún están destapados; Juanky entonces pone su pie derecho en el hueco del pie derecho de Umma, y el izquierdo en el del izquierdo de ella. Se poyan en sus hombros y se quedan mirando los sauces llorones ladeándose de un lado para el otro, como odaliscas bailando mientras piensan en recuerdos tristes.

*-*

De:
juank3@hotmail.com
Para: um-ma@gmail.com
Asunto: La distancia más corta entre dos puntos es otro punto

Acabo de llegar a casa. Estoy bajando las fotos, para luego elegir cuáles imprimir; en el viaje de vuelta estuve leyendo las anotaciones. Hay cosas que no son creíbles, esas son las mejores.
P.d: Luego que te fuiste de la playita, yo me quedé un rato más. Para procesar cosas, algo así. En un momento, caminando, encontré un pedazo de rama que tenía la forma de un sable; lo agarré y comencé a trazar figuras sobre la arena húmeda. Era como pelear contra un samurái dormido, tatuando toda mi impotencia en su torso. Cuando me cansé, subí la pendiente hacia la ruta para poder observar, desde arriba y con distancia, los dibujos que había formado. Al llegar a la cima, no pude voltear. De espaldas a los trazos en la playita, tuve pánico de mirar. Sentí el rumor del viento pasando por entre las hojas, y a lo lejos en la ruta pude ver que se acercaba el ómnibus de vuelta.

Juank.

*-*

En su habitación, Juanky está recostado sobre su cama. Luego de diez minutos de martillearse la cabeza con el dedo índice de la mano derecha, se levanta de golpe y se siente delante de su escritorio. Sobre la mesa, un mapa político Rivadavia de la provincia de Córdoba. Coloca un papel de calcar sobre el mapa, y traza pacientemente punto por punto, y línea por línea hasta finalizarlo casi en una réplica perfecta. Agarra el dibujo conseguido, y lo coloca encima de una de las fotos de Umma; comienza a copiarla sobre el calco de la provincia, logrando una imagen extraña, mestiza. Una imagen que le encanta, y lo asusta. Busca un trozo de cinta scoch, y pega el dibujo en la pared al frente de su cama. Desde el piso de abajo, la madre le grita algo sobre la cena. Juanky hace caso omiso, y se tira sobre el colchón de su cama que está repleto de las notas y de las fotos de Umma que imprimió. Mira fijamente el dibujo pegado sobre su pared hasta quedarse dormido. Esa noche Juanky sueña que se encuentra en el patio de Casa Verde con Goofy y Pluto; y ambos, raramente, pueden hablar.

*-*

De:
um-ma@gmail.com
Para: juanky3@hotmail.com
Asunto: je ne suis pas desolée…

Juank, recién veo tu mail. Yo también estoy bajando las fotos y leyendo tus notas
Recién en la tele escuchaba que hoy y mañana van a ser los últimos días de frío; y que justamente mañana va a ser el día más helado de todo el invierno. Ojalá todo se congele, para pasar un último día de hibernación. Y luego que todo se derrita, y el calor.

Besos, impares, Mon Cherie. Umma.



-"Luna de miel" de Carla ojo caníbal Barbero-

lunes, 14 de diciembre de 2009

Apocalipsis now!

Hace una semana puede ver la tan promocionada película "2012". Está bien, no entrega sino lo que promete su envase genérico. Hay una escena en la que un personaje desenrrolla un monólogo épico al borde de esas situaciones que definen si todo se va al carajo o si el planeta tierra se redime. El título del evento del miércoles tiene el aura apocalíptica de "2012". Cada una de las intervenciones- lectura, música, fotos, videos- se va a elevar como un alegato previo a la decisión sobre el rumbo de las cosas, sobre la dirección que cada uno tomará luego de esa noche: la destrucción o la redención. O, quizá, ya el 2o12 sucedió, y entonces hay que pensar esta "última" velada de otro modo. En la excelente novela "La Carretera", un hijo y un padre recorren un espacio gris y desértico post-apocalíptico. Ninguno sabe lo que sucedió, ninguno sabe hacia donde se dirigen. Caminan de la mano, porque saben que moverse juntos no es sólo una posiblidad sino su condición ya de una vez y para siempre destinada. Así interpreto el miércoles: una oportunidad de juntarnos alrededor del fuego sobre las ruinas de algo que tuvo alguna vez consistencia, pero que no conocimos. Gente linda hablando muchas cosas, y mirando a varios lados. Todos moviéndonos más allá de lo que se termina: casa intervención va a ser un párrafo del epílogo más extenso que cualquier libro.


O, también pude decir solamente: vengan, va a estar divino!


"Sí, yo, Dios, con esta pose sexy te lo aseguro: divino va a estar!"

martes, 8 de diciembre de 2009

AGENDATE ÉSTA!!



Miercoles-
Había una vez un lugar muy pero muy cercano que se llamaba Casa 13. Un día el príncipe de las oscuridades de San Franciso, L.L., decidió marcharse a un exilio provisorio legando su lugar a un tal Peter Natale. Él venía de unas tierras heladas en Charles paz, Finlandia. Sucede que en Casa 13 comenzó a levantar un castillo repleto de gnomos, hadas, elfos y demás creaturas extrañísimas, todas unidas por una misma excentricidad: querían escribir, y querían leer lo que escribían, y querían escuchar lo que otros escribían, y querían- ya en el climax de la locura- ser leidos y aconsejados por el mítico personaje de los bosques de groenlandia, Sir. Natale. Sucede que este relato inverosimil ocurrió, y sucede que mañana llega a su fin. Ahí estaremos siendo testigos de una fábula realista. ¿Estará el señor de las oscuridades san francisquenses, pergeñando su delirante regreso?


Jueves-
¿Cuánto dura un partido de fútbol? 90 minutos. Si tenés en cuenta la previa y el ritual posterior, el cálculo se te estira unos minutos más. ¿Dos horas? Bueno, figurate un evento cultural repleto de las más diversas actividades, todas defícilmente imaginables acopladas una con otra, que dure cuatro horas; sí el doble de tiempo que usás en la cancha. También con el doble de agite. Si no venís, no sólo sos un pecho frío, sino que estás "Out"(Cuac!: ver flyer)

Viernes-

Supongamos que hace calor, y el sol cae con una bestialidad impúdica como un suicida en pelotas. Si es así, posiblemente mucha gente se broncee, otra vaya a un río, y el resto escribirá un poema sobre el lento agonizar de un pinguino que despertó en el sahara, y que al toparse con una camello descubre que los animales no tienen una misma lengua. El camello habla "Camelleo", y el pinguino, bueno, obviamente "pinguineo"

Supongamos que el viernes hacer calor. Yo no me voy tirar a tomar sol, ni voy a hacer un viaje a ningún rio, y seguramente no voy a tener ganas de escribir poemas realistas. Entonces, ¿qué me invitarías a hacer?